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ESCLAVOS PARA CUIDAR MAYORES: UNA VERGÜENZA MÁS

Mucho se habla de los migrantes que llegan en cayucos. Mucho menos de aquella otra migración que nos llega en mayor número de la UE. A la migración procedente de Latinoamérica, la solemos ver por nuestras calles acompañando a personas mayores, a las que cuidan y atienden en sustitución de familias que no pueden o quieren. LA RAÍZ ha querido hablar con algunas y algunos de ellos. Sus historias nos avergüenzan.

CANARIAS05 de noviembre de 2023Semanario LA RAÍZSemanario LA RAÍZ
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Llegan desde países donde hasta sobrevivir es difícil. Algunos huyen de conflictos políticos enquistados y muy violentos. Otros de la miseria y pobreza a que los condenan economías "asalvajadas" y gobiernos sin rumbo. La mayoría son mujeres, pero todos dejan atrás a familias que tienen en ellos su único sustento. Emigraron como último recurso y con dinero prestado para pagar sus billetes de avión. Al llegar aquí "descubrieron" que tampoco estamos precisamente "boyantes" y que, también aquí, llegar a final de mes es una odisea. Lo que no esperaban encontrar era racismo o al menos la creencia generalizada de que, "como son migrantes", pueden aguantar condiciones de casi esclavitud 

Yeraldín es venezolana, tiene 35 años y lleva aquí un año. Trabajaba como auxiliar de farmacia en Caracas y la economía la dejó sin empleo primero y sin casa después. Cuida a dos personas mayores, una de ellas encamada. Trabaja 12 horas al día y  le pagan por ello 700 euros, Tiene que limpiar en dos casas para poder pagarse una habitación en la que no le hacen contrato, porque el propietario quiere "en B" los 2000 euros que saca por cinco habitaciones. Los hijos del matrimonio mayor son de "familia bien" y chalet en Sta Brígida. Quejarse es arriesgarse a perder el trabajo y hasta verse repatriada.

Astrid viene de Colombia. Dejó dos hijos menores en Bogotá. Tenía una empresa de productos de limpieza que quebró y pensó en emigrar para poder pagar las deudas que le quedaron. Cuida a una señora de 85 años con un Alzheimer avanzado y agresivo.  Por 12 horas de trabajo le pagan 800 euros. Aparte de atender a la señora, hace la limpieza y la comida, Ni contrato, ni días libres, ni vacaciones. La vivienda a la que acude diariamente está situada frente al Corte Inglés de Las Palmas de Gran Canaria. Puro lujo.

Yayita es ecuatoriana. Su marido vino primero. Un ingeniero que aquí sólo ha podido trabajar de panadero. Esta quiteña está aquí desde hace dos años y aunque entró legalmente y tiene "papeles", no ha tenido un contrato "como Dios manda". Todo en negro, todo negro. Era fisioterapeuta y ahora es la única persona que cuida a una Sra de 63 años con ELA. Una déspota que la trata al trancazo y le llama "Machupichu". Cientos de veces ha pensado en "largarla", pero tiene a dos niños en trámite de reagrupamiento familiar. 

Las tres coinciden en que hay racismo hacia ellas, que se les considera menos por el hecho de ser migrantes, que el clasismo que padecen les hace sentir "menos que animales". Decir que vienes de Colombia ya es sinónimo de delincuente, droga, peligro, dice Astrid. Tener rasgos indios ya parece que les da derecho a tratarte "al trancazo", como si fuéramos menos, coinciden en señalar Yayita y Yeraldin.

Habría que preguntarse cómo es posible que se trate tan injustamente a personas a quienes confiamos a nuestros mayores y que de otra forma, estarían desatendidas. Racismo y clasismo, esclavitud moderna, vergüenza. 

Creer que otros son menos, creer que por su origen, vulnerabilidad o desespero se les puede tratar como "burros de carga", dice mucho y mal de lo podrido que anda el alma en esta sociedad canaria actual. Creernos señoritos, en un país al que el 70% de la población no llega a fin de mes, es de una pobreza mental y ética que demanda mucho de educación y valores.

La clase alta es Canarias, plebeya del amo, peca de soberbia y desalmada. Ahora también con los migrantes pobres. Ante el migrante rico se arrodilla y copia modas. 

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