La españolidad de Canarias es una cuestión de garbanzos. Si en algún momento los bolsillos de las élites y las barrigas de algunas clases medias no tuvieran "lo suyo" o las expectativas con otro status político fueran mejores, la españolidad caería estrepitosamente. Aquí la pulsera patriótica no va de corazón sino de estómago. Todo depende de una inmensa red de reparto de "las sobras del gran pastel". Aquí se lo contamos.
60 MIL ASESINADOS DESPUÉS: UN ALTO A LA BARBARIE, PERO NI HABLAR DE IMPUNIDAD
16/01/2025
Semanario LA RAÍZ
El horror desatado en Gaza ha dejado más de 60.000 muertos, un 20% de ellos niños. No ha sido un conflicto, ni una guerra, ni un acto de legítima defensa. Ha sido un intento calculado de exterminar a un pueblo entero, con la complicidad activa de una comunidad internacional que, lejos de detener la barbarie, la ha financiado, justificado y perpetuado.
El llamado "alto el fuego" es una pausa ensangrentada, una maniobra política para maquillar un genocidio. Ni la tregua, ni las falsas promesas de paz que alardean Joe Biden y Donald Trump, pueden borrar el hecho de que Gaza ha sido devastada por un terrorismo de Estado que no solo destruyó su territorio, sino también el derecho internacional, convertido hoy en un cascarón vacío.
Complicidad internacional: el eco del genocidio
Los gobiernos de las potencias occidentales, que siempre encuentran palabras para condenar cuando les conviene, han optado por el silencio o la justificación abierta. Estados Unidos ha jugado el papel de principal proveedor de armas y apoyo diplomático a Israel, mientras que Europa, paralizada por su hipocresía, ha ignorado las masacres en nombre de su "alianza estratégica".
Lo que Israel ha perpetrado en Gaza no es defensa, es exterminio. Cada misil lanzado, cada hospital bombardeado, cada vida apagada, tiene un sello de responsabilidad compartida. Más de 60.000 asesinados no son un "daño colateral". Son la evidencia de un genocidio sistemático que el mundo no puede seguir ignorando.
Una Palestina devastada
Hoy, Gaza es una tierra de cenizas y muerte. Sus calles están cubiertas de escombros, su infraestructura reducida a nada y su población, marcada para siempre por el dolor de haberlo perdido todo. Levantar una Palestina que pueda respirar llevará, como mínimo, 30 años de esfuerzo, si es que la comunidad internacional se digna a priorizar la vida palestina por encima de intereses geopolíticos y económicos.
Este alto el fuego no es el principio de la paz. Es una pausa cínica, diseñada para rearmar las piezas del tablero, para que el ciclo de destrucción pueda reiniciarse cuando los reflectores internacionales se apaguen. Gaza es un recordatorio de que la barbarie sigue viva, sostenida por quienes predican derechos humanos mientras llenan de armas a sus aliados.
Ni olvido ni impunidad
Las cifras de la tragedia son claras: 60.000 asesinatos no admiten pasar página. El genocidio de Palestina es un crimen que no se puede relativizar, excusar ni olvidar. La memoria, la justicia y la verdad son las únicas armas posibles contra la impunidad que hoy domina el escenario global.
Biden, Trump y todos los líderes que se han atrevido a hablar de "progresos" en este contexto, tienen las manos manchadas de sangre. Presentarse como artífices de la paz es un insulto a las víctimas. La verdadera paz no puede surgir de la hipocresía, sino de la justicia, y para ello es imprescindible condenar y aislar a los responsables de este exterminio.
Gaza no necesita treguas vacías. Necesita justicia. Y mientras el mundo siga mirando hacia otro lado, este crimen será también el fracaso definitivo de nuestra humanidad.

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