
Radiografía de una nueva colonización: cuando el canario es extranjero en su tierra
CANARIAS23 de marzo de 2025

En algunas zonas turísticas de Canarias, los canarios apenas representan el 35% de la población residente. Lejos de ser una anécdota, ese dato refleja una transformación profunda del archipiélago. En apenas dos décadas, Canarias ha pasado de ser un territorio de emigrantes a un imán para europeos jubilados, inversores, trabajadores precarizados y turistas de largo plazo. El resultado: una tierra cada vez más ajena para sus propios habitantes.
Un 30% de la población no es canaria: el mapa ha cambiado
Actualmente, cerca del 30% de los residentes en Canarias no son de origen canario. La cifra aumenta en municipios costeros, turísticos o capitalinos, donde los flujos migratorios han generado una nueva composición social profundamente desigual. Las dos principales comunidades de recién llegados son los europeos comunitarios y los latinoamericanos, aunque con perfiles, roles y efectos muy distintos.
Los europeos —entre los que destacan británicos, alemanes, nórdicos y cada vez más, italianos— suelen tener mayor poder adquisitivo, invierten en viviendas, acceden a cargos públicos, montan negocios y gozan de todos los derechos políticos locales, incluyendo el voto en elecciones municipales, insulares y autonómicas. Aunque no todos votan, su perfil ideológico tiende a ser conservador, tecnocrático y poco vinculado al contexto local.
Por otro lado, los latinoamericanos —aunque culturalmente más cercanos— ocupan los nichos laborales más precarios: limpieza, cuidado de mayores, hostelería, agricultura o servicios informales. Muchos están en situación irregular, sin derechos plenos, y sometidos a una vulnerabilidad constante. Paradójicamente, también presentan una tendencia ideológica conservadora, influida por el rechazo a los gobiernos de sus países de origen, la religión o el miedo a la inseguridad.
Los italianos: la cara más visible del nuevo emprendimiento europeo
En los últimos años, la comunidad italiana ha crecido de forma acelerada en las islas, con especial presencia en ciudades como Las Palmas, Puerto del Rosario o Puerto de la Cruz. Su perfil es distinto al de otros europeos: más joven, más activo económicamente y con voluntad de asentamiento. Han abierto cafeterías, restaurantes, tiendas, empresas turísticas y agencias inmobiliarias, muchas veces orientadas a su propio colectivo.
Esta oleada ha traído dinamismo económico, sí, pero también presión inmobiliaria, gentrificación y competencia directa con el pequeño comercio local. En los barrios donde se concentran, los precios del alquiler han subido, el idioma habitual en la calle ha cambiado, y la identidad del entorno se ha transformado en tiempo récord.
La vivienda como frontera: quien paga, se queda
Mientras las comunidades extranjeras más acomodadas compran casas o especulan con propiedades, los canarios tienen los salarios más bajos de todo el Estado, lo que los deja fuera del mercado inmobiliario. Muchos jóvenes no pueden emanciparse, otros deben emigrar o aceptar condiciones de hacinamiento. El acceso a un alquiler asequible se ha convertido en un privilegio, no en un derecho.
En paralelo, la gentrificación turística ha expulsado a la población canaria de sus barrios tradicionales, sustituyéndolos por residencias vacacionales, pisos turísticos o segundas residencias de europeos. Se construye así una Canarias para el visitante y el inversor, donde el residente local no tiene cabida.
Folclore para turistas, silencio para los canarios
En las zonas más afectadas por la turistificación, la cultura canaria sobrevive como un decorado: un traje típico en una excursión, una romería para selfies, una comida “local” rebautizada para paladares foráneos. El habla canaria se relega, el acento desaparece, y la música tradicional se convierte en ruido de fondo para excursiones organizadas.
Este proceso no es solo cultural: es identitario y político. Porque cuando una comunidad pierde sus referencias simbólicas, también pierde su capacidad de imaginar y defender su futuro.
Una democracia distorsionada: votar sin pertenecer
Una parte importante de la población europea tiene derecho al voto en Canarias. No solo en los municipios donde residen, sino también en las elecciones insulares y autonómicas. Esto genera una distorsión del equilibrio democrático, porque muchas de estas personas no comparten ni el idioma, ni los valores, ni la historia del territorio que influyen.
Al mismo tiempo, aunque muchos latinoamericanos aún no votan, sí influyen en el clima ideológico del archipiélago. En conjunto, la transformación social ha empujado al electorado hacia posiciones más conservadoras y ha diluido las agendas históricas de reivindicación social y cultural canaria.
El canario desplazado: sin vivienda, sin poder, sin voz
Todo esto ha provocado una situación de desposesión colectiva. El canario de a pie ha perdido su lugar en el mercado laboral, en el acceso a la vivienda, en la representación política y en la cultura dominante. Se convierte, poco a poco, en una minoría desplazada en su propio territorio.
El proceso no es casual. Es el resultado de un modelo económico neoliberal que prioriza la inversión extranjera, el turismo masivo y la especulación, mientras relega a la población local a una existencia cada vez más precaria y silenciosa.
¿Hacia dónde vamos?
Canarias se enfrenta a un dilema existencial. O se sigue profundizando este modelo de "desarrollo" donde el territorio es una mercancía y su gente un estorbo, o se impulsa un proyecto político valiente, que defienda el derecho a vivir, decidir y crecer en esta tierra.
No se trata de rechazar la diversidad. Se trata de evitar la desigualdad estructural, la turistificación sin control y el borrado cultural. Porque un pueblo que no puede vivir en su tierra, que no puede pagarla ni gobernarla, deja de ser dueño de su destino.
Y entonces sí, podremos hablar sin metáforas de una nueva colonización. Una que no llega en barcos, pero sí en vuelos baratos, fondos de inversión y urnas extranjeras.


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