“Hay una Canarias que se rebela, aunque el poder no quiera verla”

Entrevista a Eloy Cuadra, autor de La rebelión necesaria (Crónicas desde un archipiélago saqueado)

OTROS CONTENIDOS17/11/2025Semanario LA RAÍZSemanario LA RAÍZ
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Eloy Cuadra (Milán, 1971) es una de esas personas que no se han conformado nunca con mirar desde la barrera. Activista social, fundador de la Acampada Reivindicativa por el derecho a la vivienda —hoy renombrada en homenaje a su compañero Lolo Dorta—, lleva más de dos décadas denunciando el despojo social, ecológico y político de Canarias. Ahora publica La rebelión necesaria (Crónicas desde un archipiélago saqueado), un libro incómodo, apasionado y profundamente humano que mezcla memoria, análisis político y una llamada a la esperanza.


Nos recibe en Santa Cruz, con un café en la mano y una serenidad que contrasta con la dureza de lo que escribe.


P. El título ya es toda una declaración: “La rebelión necesaria”. ¿Qué tipo de rebelión propone el libro?

R. Hablo de rebelión, en lugar de revolución, con las implicaciones que ello tiene. La rebelión parte de lo individual, desde uno mismo, en el instante en el que aquel que ha permanecido agachado toda su vida dice basta ya. A partir de ahí, mi rebelión avanza poniendo siempre en el centro al ser humano, al ser humano que sufre, al excluido, y al que se queda atrás. Antes que política, esta rebelión es humana. No es una llamada a levantar barricadas, se trata de recuperar el sentido común, la dignidad y la capacidad de decir “hasta aquí”. Y esto último, en Canarias, es especialmente urgente. Nos han convencido de que no podemos cambiar nada, de que somos un territorio destinado a aguantar lo que venga, llámese turistificación masiva, precariedad,  crisis de vivienda, privatización salvaje, corrupción política o pérdida de soberanía. La rebelión que propongo es una ruptura con esa resignación. Es una invitación a mirar de frente el modelo que nos está destruyendo y a comprender que no hay transformación posible sin gente organizada, sin comunidad real consciente de su poder, luchando contra ese modelo.

P. En el libro se nota rabia, pero también ternura. Está dedicado a Rosi Cubas y Lolo Dorta, dos figuras del activismo canario. ¿Qué papel jugaron en tu vida?

R. En algún sitio leí que la rabia sin ternura es puro resentimiento, y la ternura sin rabia es impotencia. Rosi y Lolo me enseñaron precisamente eso: que la lucha es fuerza, voluntad, coraje, pundonor e inteligencia, pero que nada de eso sirve si no nace del corazón. Ellos eran capaces de hacer temblar los cimientos de cualquier institución, pero bajo esa apariencia de dureza siempre había un acto de amor, de cuidado, de defensa de la vida.

Rosi era una madre para los sin techo de la ciudad, estuvieran donde estuvieran, una mujer que sostenía a quien nadie quería ver. Y Lolo, que conoció el éxito y después lo perdió todo hasta ser desahuciado, no podía soportar ver a una madre precaria irse a la calle o quedarse sin comer. Se desvivía, y no paraba hasta encontrar una solución. Su fuerza era el amor por los demás, igual que la de Rosi. La fuerza de Lolo, y la de Rosi, era el amor por los demás, y supongo que algo o mucho de eso fue lo que aprendí de ellos. Además de a no rendirme o renunciar. Si ellos pudieron, si ellos nunca se rindieron, también tenemos que poder los demás, aunque algunos no estemos hechos de su misma pasta ni tengamos su fuerza, porque la esencia del luchador, del auténtico activista, es seguir luchando. 

P. En tus páginas hay una crítica feroz al modelo neoliberal que ha convertido a Canarias en un “territorio saqueado”. ¿De qué saqueo hablas exactamente?

R. Hablo de un saqueo múltiple, casi cuádruple. Un saqueo territorial, porque se han entregado playas, montes, espacios naturales, recursos y hasta pueblos enteros al monocultivo turístico y a la especulación más grosera. Un saqueo social, que condena a generaciones enteras a salarios de miseria y a una precariedad perpetua mientras los beneficios se disparan para unos pocos, la mayoría, de fuera. Un saqueo institucional, porque nuestros políticos y administraciones han asumido que su misión es facilitar el negocio privado y mirar para otro lado, cuando no directamente poner la mano. Y un saqueo cultural, porque nos han hecho creer que no somos capaces de gobernarnos, de pensar un modelo propio, ni de defender nuestra identidad y nuestra historia con orgullo. Y todo esto sucede envuelto en un discurso de supuesta normalidad: le llaman “progreso”, “empleo”, “inversión”, “globalización”, “Europa”. Pero no es nada de eso. Es un saqueo en toda regla, disimulado con corbatas, fiestas y boletines oficiales.

P. El libro también habla mucho de la “colonialidad”. Hay quien se resiste a usar esa palabra para Canarias.


R. Entiendo que haya gente que se resista a usar esa palabra. Para construir un imaginario común siempre es más atractivo sentirse parte de un gran proyecto que asumir que ocupamos una posición periférica dentro de él. Es como lo del fútbol: la mayoría prefiere identificarse con el Real Madrid antes que con un equipo pequeño. Reconocer dónde estamos realmente no resulta agradable de entrada. Pero la colonialidad es nuestra realidad, y no desaparece porque decidamos no nombrarla. Canarias funciona desde hace décadas con una lógica colonial: dependencia económica, subordinación política, apropiación del territorio, economía extractiva, sometimiento cultural… y, en los últimos años, una vuelta de tuerca aún más brutal: la expulsión del canario de su propia tierra. Si después de eso seguimos sin ver que somos colonia, podemos empezar a hablar de una tozuda negación de la realidad con tintes de patología. Así, usar el término “colonialidad” no es un capricho ideológico; es dejar de autoengañarnos. Y no lo planteo desde el victimismo, ni para situarnos como un pueblo incapaz que solo puede sobrevivir gracias a subvenciones o compensaciones externas. Todo lo contrario. Canarias puede, y debe poder por sí sola. Pero para construir un modelo propio, digno, justo y sostenible, tenemos que partir de la realidad tal y como es. Y la realidad es que habitamos un archipiélago con rasgos evidentes de colonia moderna. Solo si lo asumimos podremos empezar a dejar de serlo.

P. Divides el libro en cinco partes, casi como cinco obras distintas. ¿Por qué esa estructura?

R. Es cierto que el libro está dividido formalmente en tres partes, pero por la naturaleza de lo que cuento siempre lo pensé como cinco libros en uno. Cinco miradas distintas que se sostienen entre sí. El primero es un homenaje íntimo a los compañeros de lucha que ya no están. El segundo es una crónica de quince años de activismo en Canarias: la calle, los desalojos, las batallas ganadas y las perdidas. El tercero intenta explicar la mutación del sistema desde 2008: cómo pasamos de una crisis económica a un modelo de capitalismo desbocado, autoritario y cada vez más influido por el estilo trumpista que hoy marca la agenda pública. Es una manera de no perderse en el mundo que viene, porque ya está aquí. El cuarto es un grito por la dignidad del pueblo canario, un “basta ya” colectivo ante el deterioro del territorio, la precariedad y la pérdida de soberanía. Y el quinto es casi un manual práctico para la rebelión: una rebelión humana, periférica, nacida desde el Sur Global y desde la conciencia de que la transformación empieza en cada persona. Con esa estructura, quise evitar escribir un ensayo académico, o un panfleto, o una simple crónica histórica. Preferí que fuera todas esas cosas a la vez. Un libro que pudiera leerse como un viaje: desde lo personal hasta lo político, desde la memoria hacia la posibilidad de abrir un camino nuevo.

P. Has dicho que no es un libro “alineado”. En estos tiempos de trincheras, eso es casi una provocación.


R. Lo es, pero no a propósito. Hay una explicación, o varias. La primera, evidente: alguien tiene que ser el primero en salirse de esta dialéctica odiosa que sufrimos en España, obligados a alinearnos en uno u otro bando, para odiar o satanizar al de enfrente siempre. ¿A dónde nos lleva esto? Lo estamos viendo con la violencia latente que sufrimos en la sociedad que va a más cada día. Yo no estoy en ninguno de los dos bandos, aunque ideológicamente ando en las antípodas de los reaccionarios, quizá mucho más a la izquierda que la mayoría de los de las "izquierdas tristes", de ahí que tampoco pueda adscribirme con el progresismo políticamente correcto. Consideró un error quedarnos en el wokismo identitario y olvidar la necesaria lucha de clases, aún más evidente en Canarias. Pero es igualmente equivocado no prestar atención al trumpismo y a todos los movimientos ultraderechistas que estamos sufriendo. Negándolos o cancelándolos no solucionamos nada. La ultraderecha es el síntoma de un sistema que se desmorona, estamos obligados a atender y analizar el síntoma, para plantear soluciones sensatas a lo que ellos, lo reaccionarios, presentan alternativas bárbaras que ya están sobre la mesa. 

P. El libro es, de algún modo, un relato a pie de calle de lo que ocurre —y se pretende invisibilizar— en ciudades como Santa Cruz de Tenerife o Las Palmas de Gran Canaria. ¿Por qué, incluso quien quisiera ver, no ve? ¿Por qué la llamada izquierda mira para otro lado?

R. Porque ver de verdad exige dos movimientos que muy pocos están dispuestos a asumir. El primero es un movimiento de ruptura: aceptar que hay que romper con el capitalismo como estructura central de nuestras vidas. Asumir que no hay soluciones intermedias ni reformas cosméticas que sirvan mientras sigamos embarcados o directamente cómplices de un sistema que condena cada día a más gente. El segundo movimiento es el de responsabilidad, un movimiento que nos pide no desentendernos del Otro que sufre, porque no es humanitario, ni ético, ni tampoco inteligente: cuando cada vez son más los que se quedan atrás, y mañana podemos ser nosotros. Asumir esta responsabilidad implica reconocer la desigualdad que tenemos delante y actuar en consecuencia. Pero estos dos movimientos -ruptura y responsabilidad- exigen honestidad, renuncia y valentía. Y buena parte de lo que yo llamo las “izquierdas tristes” no están preparadas para dar ese paso, o están demasiado cómodas viviendo del sistema, como para querer darlo. Así, han acabado refugiándose en un progresismo decorativo y en un wokismo identitario que quizá tranquilice algunas conciencias, pero es claramente incapaz de ofrecer soluciones reales a los problemas de la mayoría. Cuanto más tardemos en ver, más difícil será. 

P. En el texto hay un concepto que se repite: “la Tercera Vía”. ¿Qué significa eso para ti?


R. De alguna manera ya avancé esta cuestión cuando hablaba de no estar alineado. La Tercera Vía es la necesidad de articular una alternativa que no sea este neoliberalismo disfrazado de modernidad que avanza peligrosamente hacia una dictadura, ni el progresismo vacío de las izquierdas identitarias perfectamente adaptadas al sistema, que hace tiempo que abandonaron la lucha de clases y que se conforman con administran las ruinas. Una Tercera Vía que en Canarias pasa por reconstruir desde la gente, desde el territorio, desde la justicia social real, integrando solidaridad concreta y acción política estructural valiente y directa, sin tutelas, vasallajes ni pleitesías. Es unir lo que durante años ha estado separado: las luchas de base, el activismo social, con la capacidad de incidir en las instituciones, esto es, con la política. Algo, que no lo planteo en el libro como una utopía lejana, un sueño o un deseo, es un camino que urge andar, y que, de alguna manera ya hemos iniciado, con la organización sociopolítica que hemos articulado esta misma semana.

P. ¿Qué esperas que sienta quien termine el libro?

R. Lo primero que me gustaría que sintiera es satisfacción, por acabar un libro que le ha gustado, por el contenido y por la forma de contarlo. A partir de aquí, estará bien si le queda una buena dosis de indignación, porque de eso se trata, en parte. Y digo en parte porque no estará completo el objetivo si no consigo despertar en el lector también el germen de la rebeldía, una rebeldía concreta, incluso realizable. Desde el Principio Esperanza, del que hablaba Bloch. Que comprenda que abrir la senda rebelde puede tener un coste humano enorme -en el estado actual de las cosas en Canarias-, pero también que la historia no está escrita. Que sienta que hay ya una Canarias que se está moviendo, que entiende el peligro de seguir igual y no se resigna a ser una colonia perpetua.

P. ¿Y tú? ¿Todavía tienes esperanza?

R. Bueno, es cierto que hace décadas, cuando empecé en el activismo social, tenía muchísima más. Creía que el mundo lo íbamos a cambiar a poco que empujáramos. Aquella esperanza era un tanto o bastante ingenua. Hoy, desde luego ya no me queda tanta. Pero no entiendo otra forma de estar en el mundo, si no es luchando, siempre adelante en el camino, con los que sufren, con los que van quedando atrás. Por otra parte, en la actualidad vivimos el derrumbe del mundo que Occidente conoció desde los años 50 hasta hace poco, y en tiempos de incertidumbre es cuando se abren ciertas ventanas de oportunidad por la que podemos colarnos los rebeldes honestos. No será fácil, pero es el momento de apretar. Luego, a tu pregunta, pues sí, sigo teniendo esperanza. 

P. Llevas dos décadas en primera línea de las luchas sociales. ¿Qué has aprendido en todo este tiempo sobre la gente y sobre el poder?


R. Sobre el poder, aunque suene a tópico, lo que he aprendido es que el poder corrompe. Y sí que ha habido un cambio exponencial a lo largo de los años. Al principio, cuando empezaba, sentía un respeto casi reverencial por la clase política; hoy, después de haberlos sufrido tanto y de que nos hayan traicionado sobremanera, estar con ellos me provoca verdaderas náuseas. Y sobre la gente, lo que he aprendido es a no juzgarla, y a no esperar nada. Al final, si algo bueno llega, fenomenal, si no es así, no importa, hicimos lo correcto. Cuestión aparte es lo que he aprendido de la gente que lucha, esto es, de los activistas: que es muy difícil integrarse y ser aceptado si vienes de donde yo vengo. 

P. ¿Qué lugar ocupa la escritura en tu militancia? ¿Es una herramienta más de lucha, o un refugio personal ante tanta batalla?

R. Supongo que son ambas cosas. Escribir me ayuda a ordenar el caos, y a entender por qué me duele lo que me duele. Pero también es una herramienta, porque la palabra tiene un poder inmenso cuando se usa para romper silencios o para desnudar mentiras. Y bueno, escribir para mí es también una responsabilidad, si tenemos en cuenta que no se me da tan mal, y a esto le añadimos que he tenido la suerte de poder hacerlo con libertad, pues nunca en estos más de 20 años he tenido la amenaza de perder un trabajo o de que a mi familia le pudiera faltar el sustento por algo que yo hubiera escrito. Así que, entiendo que no me queda otra que seguir escribiendo. 

P. Tuvimos el honor de conocer a Lolo Dorta. Tú, que tantas veces compartiste historias de lucha con él, ¿cómo se lo describirías a alguien que no llegó a conocerlo?


R. Lolo era de esas personas que te cambian la manera de mirar el mundo. Tenía una inteligencia emocional brutal, una capacidad de ver la injusticia antes de que alguien la pronunciara, y una dignidad que no negociaba jamás. Si a estas cualidades le sumas una nobleza ancestral, una fuerza descomunal y un carisma como el de pocos, lo tienes a él. Era el tipo de compañero que te levantaba del suelo incluso cuando él estaba peor que tú. Para mí, Lolo representa lo mejor de este archipiélago: el espejo en el que cualquier canario debería mirarse. Lolo volvía de diez horas en el tajo en lo alto de un andamio, y se venía conmigo a atender a la gente que iba a ser desahuciada: ¿quién hace eso hoy día? Algún día, Lolo Dorta tendrá una plaza o una calle con su nombre en Santa Cruz, de momento tiene este libro, como le prometí en vida: un abrazo hermano, allá donde estés. 

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